viernes, 24 de septiembre de 2010

El ocaso del tribuno *




Melquíades Álvarez: un liberal en la Segunda República
Luis Íñigo Fernández
RIDEA (Serie Biográfica 1)
Oviedo, 2000
2000 pta.

 
No resulta infrecuente, entre estudiosos y profesionales del gremio familiarizados con el tema, referirse a la “conjura de silencio” que pesa sobre algunos políticos de gran significado en la historia reciente de España, en especial sobre aquéllos que, durante nuestra primera experiencia democrática, no se significaron por sus ideas químicamente puras de derecha o de izquierda. Sea por defecto de las modas historiográficas, sea  -lo que sería aún peor y digno de un profundo análisis- por hipotecas ideológicas que prevalecen todavía en nuestras maltrechas Universidades, sólo unas cuantas figuras  -generalmente prodecentes del campo de la izquierda- han acaparado la atención de los historiadores, que les han dedicado innumerables estudios y exhaustivas monografías y cuyo efecto en bastantes ocasiones no ha sido otro que encumbrar a personajes a veces de muy escaso fuste en detrimento de otros que a menudo les aventajaron en tolerancia y flexibilidad, talante muy necesario cuando de lo que se trataba era de consolidar la primera democracia española. Víctimas de esa historiografía han sido personajes como Luis Lucía, Manuel Giménez Fernández, Carrasco y Formiguera, Niceto Alcalá-Zamora, cuyo reciente aniversario ha pasado con más pena que gloria, quizá porque nadie parece interesado en revitalizar unas ideas y unas maneras que pondrían en evidencia a más de uno, y, desde luego, uno de los asturianos más ilustres de todos los tiempos: Melquiades Álvarez.
Luis Íñigo (Guadalajara, 1966)
Gijonés, nacido en 1864 y muerto en agosto de 1936 en la matanza de la Cárcel Modelo de Madrid,  Melquiades Álvarez y González-Posada fue, ante todo, el corazón y el alma del Partido Reformista. En lo esencial, una alternativa de progreso moderado y evolucionista que tuvo a bien ofrecerse primero a la Monarquía oligárquica como tabla de salvación democrática y después como freno a una República que, pese a haber luchado tanto como el que más por su advenimiento, terminó por considerar demagógica en exceso e incapaz de combatir con inteligencia los males de España. Relevante por su propia trayectoria personal como diputado  -llegó a presidir brevemente el Congreso-  y líder de un partido que contó con ministros en varios gobiernos, y aun más en tanto inspirador principal de un experimento político innovador y moderado en un país tan dado a los extremismos paralizantes, no ha recibido hasta la fecha sino muy escasa atención por parte de los historiadores. Dejando de lado la vieja biografía que escribiera a mediados de los cincuenta el prolífico Maximiano García Venero, muy lejos de las exigencias de la actual historiografía científica, o la desconocida tesis del norteamericano Edward G. Gingold, escrita ya hace casi treinta años y nunca publicada siquiera en su inglés original, ha sido necesario esperar hasta 1986 para que el profesor de la Universidad de Cantabria, el también gijonés Manuel Suárez Cortina, se haya ocupado por fin del melquiadismo en su meritorio estudio El reformismo en España. Trabajo, en todo caso, que dejaba todavía un vacío en lo que se refiere a la trayectoria de Melquiades Álvarez durante los años treinta, vacío que viene a colmatar precisamente el libro de Luis Íñigo que aquí nos ocupa, estructurado en seis excelentes capítulos.

Melquíades Álvarez y González-Posada
(Retrato fotográfico de 1924)
A pesar de su título, no nos encontramos ante una biografía  -siquiera parcial en el tiempo- de Melquiades Álvarez que, siendo muy necesaria, seguirá esperando el estudioso que la acometa, sino, como el mismo Luis Íñigo señala en la introducción, ante un serio trabajo de su ejecutoria política durante la Segunda República, en el bien entendido de que tal estudio no es posible si se separa aquélla de la del partido que dirigía, el Reformista, resellado en mayo de 1931 Republicano Liberal Demócrata. Un análisis clásico del refundado partido melquiadista es, precisamente, lo que encontrará el lector que, aficionado a la buena historia política, se acerque a las páginas de esta obra, escrita con una exhaustividad que, sin estar reñida con la brevedad, sí sacrifica en ocasiones la fluidez de la redacción en aras a la precisión y la profundidad argumental. Así pues, dos son los componentes fundamentales del libro: un análisis de la organización, la ideología y el programa del partido, básicamente estático-sistemática, aunque sin llegar a ser una simple foto fija y un estudio dinámico-cronológico de la ejecutoria del partido en el Parlamento, y fuera de él, durante el período republicano. Ambas partes, sin embargo, se imbrican de manera armónica y necesaria, como si se tratara de las dos premisas de un silogismo, pues es éste un libro de tesis y no una mera narración cronológica, como son los mediocres libros de historia que últimamente tanto proliferan. Una tesis que, en última instancia, viene a presentar al melquiadismo como un proyecto político orientado a alcanzar la convivencia democrática y el progreso de España mediante un conjunto de recetas templadas y progresivas, un proyecto, desde luego, fracasado en dos ocasiones. Primero, bajo la Restauración, por su dependencia absoluta de la voluntad de un rey que ni era demócrata ni comprendía que la Monarquía no sobreviviría sin la democracia; después, bajo la República, a resultas de su inadecuación a las exigencias de la política de masas que despertaba con energía en aquel momento. La debilidad a lo que ello le condujo le obligaron a buscar siempre un aliado que le proporcionara la fuerza necesaria para alcanzar el poder y aplicar así un programa que por sí solo nunca tendría ocasión de llevar a la práctica. Los liberales en los años veinte y los lerrouxistas en los treinta desempañaron ese papel, pero uno y otro se mostraron incapaces de hacerlo con éxito, los primeros porque formaban parte de la oligarquía misma que el reformismo pretendía descuajar, los segundos porque, víctimas de una creciente dependencia respecto a la derecha católica que necesitaban para gobernar, terminarán sufriendo tensiones internas que llevarán a la secesión de su ala izquierda y a la satelización del radicalismo residual respecto a esa misma derecha. Así, el melquiadismo, que comparte la suerte de su socio radical, termina por convertirse en la negación de su propia esencia: los términos de  liberal, demócrata y reformista, aparecerán asociados al proyecto autoritario, corporativo y clerical que la CEDA representa. Cuando la Guerra Civil estalla, el viejo reformismo está ya muerto. Por desgracia, con él había muerto también la convivencia civilizada entre los españoles, pues las utopías de signos contrarios la colmaron de pólvora.

Jesús Mella

*Publicado en el suplemento Cultura (nº 497 del diario La Nueva España de Oviedo, 28 de septiembre de 2000, p. 1

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El Comercio (Gijón), 1-12-2000, p. 16


http://www.upf.edu/materials/fhuma/hcu/docs/t6/art/art102.pdf
http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2008051400_35_635839__Gijon-Fernandez-condensa-sencillez-historia-Occidente

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